El actuante está ahí en medio de las presencias. Esta es la clave que vibra constantemente acompañando su operar.
Es presencia todo lo que rodea al actuante; todo lo que toca, lo que contempla, lo que degusta es, por así decir, espíritu. En otras palabras todo es para él una realidad distinta de él, una realidad que tiene su fundamento propio, que es autónoma, independiente, libre. El actuante no podría ser un artísta moderno o clásico... ni siquiera medieval. No llegaría nunca al dominio de los colores, a la maestría de las formas... La suya no es una voluntad de dominio, no es en esto que basa su técnica. Su técnica es más bien estar. El actuante se preocupa especialmente por estar. "Cómo estar con...?" sería la pregunta que dirige la atención del actuante, la cual no se presenta con los rasgos de esta frase entre comillas, sino como una tensión que recorre sus células aún antes de ser enunciada. Incluso antes que el mismo actuante llegue a formular tal pregunta en un lenguaje interno ella ya vibra en él claramente y por ello para formular su pregunta el actuante no tiene necesidad de acudir al lenguaje: el preguntar mismo (lingüistico) tiene su raíz en esta tensión hacia lo otro y la claridad, en realidad, precede la enunciación ya que nace de la calidad del estar con lo otro.
El compromiso del actuante no es entonces con su obra, si no con las presencias que lo van encontrando, con esa alteridad que hay por doquier. El actuante redescubre la raiz ética que se cela en lo más profundo de cualquier practica artística y que el compromiso con la obra - la voluntad de dominar los materiale - oculta: precisamente el arte de relacionarse con la alteridad.
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